DÉCIMO DÍA
Nos habían aconsejado ir a Taormina en autobús pues hay mucho turismo y es complicado aparcar. Así es que por la mañana tempranito nos encaminamos a pie a la estación de autobuses de Catanía, tomando primero el Corso Sicilia y luego la Via Archimede pues la estación está al final de ésta, ya casi llegando a la Piazza Giovanni XXII.
Los billetes se sacan en los bajos de un edificio que pone INTERBUS, enfrente del parking de autobuses. El precio del billete ida y vuelta es 8,50 euros. Pero un aviso para viajeros, los asientos no están reservados. Es decir, el autobús llega del aeropuerto y ya trae viajeros, y la gente se sube al asalto, y cuando los asientos están llenos, la gente va de pie, sentada en los escalones de salida, ... y el viaje a Taormina dura una hora y pico, la mayoría por autovía, pero ya llegando a Taormina empiezan las curvas y hay muchas... y mucho desnivel con respecto a mar...
Merece la pena, si es posible, ir en el lado del autobús detrás del conductor, pues de camino se ve el Etna a la izquierda de la autovía.
El volcán, de 3.323 metros de altura, está rodeado del parque del Etna que ocupa parte de la provincia de Catania y la de Messina y se puede rodear en un ferrocarril llamado Circumetneo.
Hay una parada en la zona de la abajo de Taormina, llamada Giardini Naxos, pero creo que merece la pena continuar subiendo en el autobús. y ya llegando, cuando se empieza a subir, curvas y más curvas de casi 360º, el pasaje es todo un espectáculo en tecnicolor.
La terminal de autobuses está en la Vía Luigi Pirandello y caminando unos pocos metros se llega a la Porta Mesina que es la entrada a la ciudad antigua.
Los orígenes de Taormina se remontan a la Prehistoria pues en la Edad de Bronce se ya establecieron los sículos. En el siglo V a.de C. se refugiaron aquí los habitantes de Naxos, detruida por Dionissio I de Siracusa. Y, posteriormente pasaron también romanos, bizantinos y árabes (902 d. de C.), siendo casi totalmente destruida por las rebeliones en contra de éstos. En el siglo XIII renació por la fundación de conventos cristianos. Pero su apogeo lo tuvo en el siglo XIX y XX, cuando tras el viaje del poeta Goethe entre 1786 y 1788 y la publicidad que supuso para la cuidad su obra Italian Journey, se convirtió en lugar de “peregrinación" para los viajeros insignes del siglo XIX (Oscar Wilde, Nitzche, RichardWagner, el zar Nicolas I, Truman Capaote, Jean Cocteau o Tomas Mann) precursores de las hordas de turistas que la visitan en la actualidad.
Nada más entrar, te encuentras con el Largo de santa Caterina del que sale una calle, Via del Teatro Greco, que lleva al Teatro griego de Taormina. Pero en el momento que llegamos había tal riada de turistas que decidimos aplazarlo a la tarde, a ver si aflojaba.
En el Largo de santa Caterina hay varios edificios interesantes.
iglesia de santa Caterina |
Y, detrás, los restos del Odeón de origen romano y que se utilizaba para espectáculos musicales.
En la misma plaza, donde se supone que empezaba el Foro romano, está el Palazzo Corvaja, del siglo XIV, que fue la sede del Parlamento siciliano. En la fachada tiene una faja en piedra negra en la que están grabadas en latín sentencias morales.
Siguiendo por el Corso Umberto, un poco más adelante, en un callejón a la izquierda, la Naumachia, uno de los más importantes legados romanos de la ciudad. Era un gran desmonte del terreno sostenido con contrafuertes, con una conducción de agua, que protegía una cisterna que hoy ya no existe y en la que se celebraban espectáculos de batallas navales.
Y más adelante, a derecha e izquierda hay pequeños callejones, algunos inverosímilmente estrechos, en los que uno puede escapar de las oleadas de turistas que invaden el Corso Umberto.
Y siguiendo un poco más, otro Largo (plaza) la de san Agostino en el que hay un mirador sobre el mar y el volcán.
Al fondo a la derecha, el Etna
Y un poco más y el Largo del Duomo con la Catedral de san Nicolo, del siglo XIII, aunque reformada en distintas épocas pero que conserva su aspecto normando fortificado.
El Corso Umberto termina en Porta Catania.
Por un pequeño callejón que sale a la izquierda se llega al Palacio de los duques de Santo Stefano, construido entre los siglos XIV y XV, que es una mole solo suavizada por los aljimeces de cada piso.
Ya hemos ejercitado la vista, el olfato, el oído y se acerca la hora del gusto, otro asunto importante. El sitio elegido fue Vicolo Stretto Ristorante en uno de esos callejones que parece que uno no va a caber por él.
Tiene una terraza con unas vistas espléndidas de los campanarios de la ciudad y del mar al fondo, había una luz de las que hacen época y éramos los únicos clientes, así es que decidimos relajarnos y disfrutar.
Como invitación de la casa nos ofrecieron de aperitivo un prosecco con un vasito de crema de verduras muy buena. Tomamos los antipasto de rigor, entre los que había una caponata y un tartar de atún rojo y luego un plato por cabeza de los que recuerdo solo el mío, cernia (cherne en Canarias) con una salsa de hinojo. Y también como invitación, de postre unos cannoli con un hojaldre muy delicado y una copita de vino dulce. La cuenta, incluyendo toso esto más una botella de vino una pasada, la más cara de todo el viaje, casi 50 euros per cápita. Pero mereció la pena porque comimos muy bien en un lugar irrepetible
Y para bajar la comida, y olvidar la cuenta, nos fuimos a ver el teatro. La romería había bajado algo, pero descubrimos que había extras, esa noche había un concierto de Laura Paussini en el Teatro Greco-romano. Estaba todo invadido por fans de la cantante y por el equipo técnico que montaba todo para la noche. Pero no por eso nos hicieron descuento en la entrada, 8 euros contantes y sonantes.
Construido en la época helenística (siglo III a.de C.) para ser teatro y reconstruido 300 años después por los romanos para espectáculos de caza y muerte de animales, merece ser visto no solo por su valor histórico y artístico sino también por su posición escenográfica sobre el mar y con el volcán al fondo.
Y algo decepcionados, volvimos a la terminal de autobuses para regresar a Catania cruzando los dedos para tener asiento en el bus.